miércoles, 15 de junio de 2011

La Sangre Brota

I.
          Cuando de apoco comenzó a recobrar la conciencia notó la pesadez de su cabeza, un dolor punzante en el brazo y otro profundo en su vientre. De a poco palpó su cuerpo y notó unos algodones entre sus piernas. Rogando que no fuera cierto colocó, las manos sobre su estómago y advirtió que el bulto terso y redondo que le sobresalía a causa de sus cuatro meses de embarazo ya no estaba. En su lugar solo había piel suelta y carne laxa.

          De la misma forma unos días después habría de palpar dicho vientre su novio Ricardo cuando la visitó a escondidas para que su madre no los viera. Esta se oponía a la relación de ellos, nadie sabe por qué. Ellos solo querían estar juntos, no le hacían mal a nadie, solo querían quererse. Ella vio lágrimas en los ojos de él cuando le acarició su ahora plano vientre, y un dolor desgarrador, y más profundo que el físico le invadió cada fibra de su cuerpo.

         Ese día Ricardo había logrado escabullirse hasta su habitación y como un vómito incontrolable, ella comenzó a llorar y a gritar lo que había vivido hace dos días: los gritos y amenazas de su madre hasta el consultorio, los empujones y llantos hasta la camilla, las amarras en los pies y en las manos, una enfermera con una jeringa pinchando su brazo derecho, la nebulosa, penumbras, inmovilidad, dolor.

         Los violentos sollozos de ambos se hicieron escuchar en toda la casa. Pronto su madre llegó a la puerta de su habitación. Intentó entrar, pero estaba con llave. Ella escuchó que él estaba adentro con su hija y comenzó a forzar la cerradura, a empujar la puerta, a golpearla, a gritar amenazas.

         Ella lloraba, él desesperado la abrazaba, ¡lleváme de acá Ricardo! ¡Lleváme lejos, Ricardo, mi bebe, Ricardo! Notaron sangre que caía a borbotones por entre las piernas de ella. La sangre se regó por el entablonado de la habitación. Manchó sus piernas y sus ropas y se fundió con el marrón intenso de la madera y cubriendosus grietas.

         Ella palpo con sus manos su entrepierna, y sintió la vizcosa humedad. Al llevar las manos a su cabeza ensució con sangre su pelo y su frente. Alzando la mirada gritó: "¡mi bebé, Ricardo, Ricardo!! Ricardo! mientras gritos y golpes desesperados se hacían oír del lado de afuera de la habitación. Parecían miles los que venían, parecía una tropa entera. Ricardo intentaba abrir la ventana y no podía. Ella no sabía más que contemplar la sangre corriendo entre sus piernas e intentando inútilmente contenerla. Gritaba por su hijo. Gritaba por Ricardo.

II.
         Cuando por fin lograron romper la cerradura de la puerta de su habitación, el médico y los enfermeros del servicio de emergencia la encontraron tirada en el suelo, en medio de un charco de sangre, casi inconsciente. Seguía gritando el nombre de alguien a quien había visto por última vez hacía ya dos años, luego de que perdiera un embarazo.

        Al acercarse a la escena pudieron observar una de las agujas de tejer a un costado de ella. La otra sobresalía de su entrepierna. Sangre inundaba toda la escena, la madre desesperada gritaba y lloraba sin aliento.

      Con los últimos vestigios de conciencia ella intentó repeler en vano la fuerza de los enfermeros que levantaban su desfalleciente cuerpo, dejando una estela de sangre por la habitación.

        La madre intentó cerrar la puerta rota detrás de los médicos que lograron subirla a una camilla y llevársela mientras repetía el nombre de él, y llamaba a su bebé. Ya casi no podía oírse su voz, era como un quejido sordo. Las fuerzas se le iban, y con éstas se le iba la vida.  

         Vacía quedó la habitación. El picaporte roto de la puerta impedía que esta se cerrara por completo y la suave brisa que entraba por la ventana hacía que aquella se moviera lentamente hacia adentro y hacia fuera emitiendo un agudo chillido. Las sábanas quedaron revueltas sobre la cama, y un charco de sangre en el suelo con una aguja de tejer a su lado. Marcas de manos y suelas bañadas de sangre por doquier.

        En eso la madre empujó la puerta de la habitación. Ingresó presurosa, se acercó a la mesa de luz, abrió el cajón, y sacó un frasco con pastillas. Miró para ambos lados y se lo llevó rápidamente al bolsillo. No fuera a ser que a alguien se le ocurriera fijarse qué había estado tomando la niña.



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